Había dejado de creer, mi vida había perdido todo su
sentido. ¿Y por qué? Por un hombre que no supo corresponder todo el amor que le
di.
Caminando por mi amada Muralla pensé en todos los corazones
rotos que habrían estado en aquel lugar paseado su soledad y, al igual que yo,
habrían acudido a ella buscando un poco de consuelo. No sé que tendrá, quizá
porque es la habitante más antigua de esta ciudad, pero siempre la he sentido
cercana, protectora e incluso mágica, igual que el viejo sauce de la película
de Pocahontas, que tantas veces vi cuando era niña. Sí, eso es, para mí la
Muralla es como la abuela a la que todos los niños acuden en busca de cariño y
soluciones a sus problemas, soluciones que normalmente se reducen a un abrazo y
una promesa de que todo estará bien…
Aun sabiendo que todo era mentira, que nada se solucionaría,
me dejé abrazar. Y apoyada contra la fría piedra, mojé su hombro con mis
lágrimas saladas, trayendo con mi tristeza un poco de mar a aquella que nunca
lo vería.
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