lunes, 19 de noviembre de 2012

[Tiempo de libros] La sabiduría del hechicero


      -¡Estupenda decisión! Acabas de ser consciente de que el odio y el rencor se retroalimentan creando aún más odio y más rencor en ti y en quienes te rodean.
      Uni no dijo nada. Se quedó mudo el resto del día meditando lo que el hechicero le había revelado. Por la noche, cuando Malvack dormía, tuvo que reconocer que aquello que había tardado tanto en comprender era cierto. 
      Se hizo la promesa de que desterraría de su vida todo el odio y el rencor que albergaba su interior. Era curioso el hecho de que cuando se deshizo de las manzanas podridas sintió un alivio como nunca antes había experimentado. Se dijo que sería fabuloso poder hospedar era sensación cuando fuese capaz de perdonar a los demás y lo que era más importante: cuando se perdonase a sí mismo.
      A la mañana siguiente le dio las gracias al hechicero y le rogó -ya con gran interés- que le hablase más acerca del perdón y de los beneficios que éste traería a su vida.
      -Aunque lo que voy a contarte te parezca algo sin sentido y carente de lógica -comenzó Malvack ingiriendo un gran tazón de leche -, perdonar es un "don".
      -¿Cómo es posible?
      -Tú mismo presenciaste lo ocurrido con tus manzanas. Con el rencor y el odio sucede exactamente igual: te comen por dentro. Por eso no merece la pena guardar esos sentimientos en nuestro interior.
      -Hay cosas que son difíciles de olvidar...
      -¡Desde luego! Nadie dice que sea fácil. Perdonar no significa que estemos de acuerdo con ciertas acciones que nos han causado dolor; tampoco que las aprobemos. Perdonar no quiere decir que deba restársele importancia a lo que ha sucedido en el pasado, ni tampoco implica darle la razón a quien nos hizo daño con sus actos. Perdonar significa dejar atrás los pensamientos que nos convierten en esclavos del odio y el rencor; perdonar significa aceptar lo que ocurrió.
      -¿Quiere decir eso que todos podemos equivocarnos?
      -Eso es -contestó Malvack -. Hay que partir de la base de que somos seres imperfectos, falibles y que por esta razón cometemos errores a lo largo de nuestra existencia. Pero no podemos permitir que nuestra culpa o la de los demás dañe nuestro interior, porque ésta acabará por debilitar nuestra autoestima, lo que nos hará sentir peor.
      -Tenemos que aceptarnos como somos, ¿es eso? -preguntó el unicornio empezando a entender lo que quería decir el hechicero.
      -Claro. Aceptándonos tal como somos, con nuestros defectos, manías y vistudes, fomentamos el crecimiento de nuestra autoestima y nos sentimos mejor. Por eso, cuando seamos conscientes de haber errado, debemos pedirle perdón a quien perjudicamos por nuestra acción y también a nosotros mismos. Ésta es la única manera de liberarnos del resentimiento y de quien nos hizo mal; mientras no lo hagamos "algo" invisible, pero palpable en nuestro corazón, nos encadena a la fuente de dolor.
      -La falta de perdón es como un veneno, ¿verdad?
      -Exacto. Tú has podido sentir resbalar por tu piel ese veneno. No perdonar supone alimentarse diariamente con una dosis muy pequeña de ponzoña que se va inoculando en nuestro espíritu poco a poco. No es mortal, pero a la larga se condensa y nos perjudica porque neutraliza nuestros recursos emocionales.
      -Eso quiere decir que ¿perdonar nos hace más bien a nosotros que al prójimo? -preguntó Uni.
      -Aunque parezca un contrasentido, así es. Cuando perdonas, en realidad no estás ayudando a quien te hizo daño, sino a ti mismo. Esto es así porque gracias al perdón te deshaces de los sentimientos negativos que albergas hacia esa persona, lo que favorecerá que regrese a ti la paz y el equilibrio interior.
      -¿Y cómo se empieza?
      -Lo primero es aceptar el dolor -dijo Malvack-. No sirve fingir que lo que ha ocurrido no nos importa. Eso tan sólo contribuye a echarle tierra encima al problema. Hay que reconocer nuestro dolor. Y eso tú ya lo has hecho.
      -¿Y después?
      -Hay que desterrar los deseos de venganza. Aunque a veces esa persona merezca lo que le pase, no es bueno hacer pagar al otro con la misma moneda. Ésa es sólo una postura autodestructiva que no beneficia a nadie. Y eso también lo has hecho: pudiste acabar con el rey-triste y, sin embargo, no lo hiciste. 
      -Es verdad... -musitó el unicornio-. ¿Qué debo hacer después?
      -Debemos valorar el beneficio que nos traerá el perdón, nunca la pérdida. Hay que pensar que el acto de perdonar hará regresar a nuestra vida la paz interior y el equilibrio emocional perdido. Y eso ya lo estás haciendo en estos momentos, con esta conversación.
      -Cuéntame más...
      -Debes buscar soluciones, cuando las haya, no culpables. Recuerda que se trata de recuperar nuestro equilibrio perdido -dijo el hechicero-. A veces malgastamos demasiado tiempo buscando culpables en lugar de afrontar el problema.
      Como el unicornio seguía atentamente las explicaciones de Malvack, éste continuó:
      -El paso siguiente es de los más difíciles... De hecho, a lo largo de la historia de la humanidad ha sido fuente de muchas guerras: no se pueden poner condiciones al perdón. Cuando lo hacemos es fácil caer en el chantaje y entonces, el perdón se convierte en otra cosa. No vale decir: "Te perdono si haces o dejas de hacer esto o aquello." Tampoco sirve condicionar el perdón a premisas como: "Cuando vea que has hecho esto o aquello, te perdonaré." Esta actitud lo único que provoca es que se aviven las emociones negativas.
      -Pero... -el unicornio inició una protesta.
      -En este caso no deben existir los "peros" -le interrumpió Malvack-, o se perdona desinteresadamente o no se hace de verdad. Ya te expliqué que el perdón es un "don", un regalo que hacemos a quien nos hizo daño. Hay que perdonar sin pedir nada a cambio. Uni, no olvides nunca que el perdón es igual que el amor: simplemente se da, aunque aquél no sea correspondido.


                                                                                           El último gran unicornio
                                                                                           Clara Tahoces