Aprenderé a escribir poesía
el día que Dios me pida un bloody-mary.
Esperaré a que llegue el día en que,
como a aquel pirata
sin parche en el ojo ni palo en la pata,
me visite el viejo de la barba,
que cambie su celestial paraíso
por unas copas más terrenales.
Ese día,
o más bien esa noche,
los bloody-mary sabrán a ambrosía
y, gracias a su celestial presencia,
en todo momento la Luna nos acompañará.
Antes de que las campanas anuncien la medianoche
habré perdido los zapatos de cristal,
correré descalza y libre
siguiendo a las musas que me guíen
por el sendero de baldosas amarillas
que lleva a la tierra de Oz.
Las farolas alumbrarán con palabras
los versos que formen mi camino.
Y cuando el Sol asome en el horizonte
me daré cuenta de que estoy sola,
que quizá siempre lo estuve.
Entonces mi bolígrafo surcará el papel,
y todo volverá a comenzar...